r e l a t o s u c i o

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CARRIL BICI

 

Era dia de compras. La gente andaba gastando sus ahorros bajo las luces de los adornos navideños y a Maria le dolian las manos y la espalda. Siempre que cargaba con esas pesadas bolsas llenas de regalos le dolia alguna parte del cuerpo.

Subió toda la calle principal y giró rumbo a su casa a la altura del paseo, su trayecto habitual, pero ese dia una especie de feria navideña lo ocupaba. Habia tantíssima gente que creió que seria mejor andar por uno de los laterales y no por el centro del paseo como hacia habitualmente.

Tras chocar con multitud de personas anónimas llegó por fin al lateral, pero también estaba abarrotado. Le dolian las manos. Le dolia la espalda. Y Fran y Pedro, su hijo y su marido, estarian a punto de llegar a casa tras el partido. Y ella no queria que la vieran con todos los regalos.

Como la calle habia sido cortada al tráfico y habia menos gente por la calzada, Maria tomó rumbo a su casa siguiendo el carril bici. Esas malditas bolsas de plástico le estaban cortando las manos, por no hablar del dolor de espalda.

-¡Aparte! Señora, ¡Joder! ¡Apártese!

De repente, un fuerte golpe. En el hombro. Maria cayó al suelo. Las bolsas se partieron. Los regalos esparcidos a lo largo de la calle. El suelo estaba completamente humedo y frio. Maria se estremeció, pero consiguió levantar la cabeza para tratar de saber lo que le habia ocurrido.

A pocos metros un chico de edad similar a la de Fran, unos veinte años, tratando de mantener el equlibrio sobre una bicicleta que se alejaba con imprudente velocidad. Pero el suelo estaba realmente humedo, y los neumáticos no tenian suficiente agarre para ese tipo de maniobras. El chico cayó finalmente al suelo, aunque consiguió mantenerse medianamente erguido.

No como Maria, que aun seguia completamente estirada en el suelo. Quizás a la espera que alguien la ayudase a levantar. Quien sabe. Pero el caso es que nadie se detubo. Hubo incluso quien pisó y chutó alguno de sus regalos. Maldita gente, pensó Maria.

El chico de la bici estaba ahora delante de Maria. Más bien casi encima. No era muy alto, pero delgado como era y siendo visto desde el suelo parecia inmenso. Maria intentó ponerse en pie, levantando primero la cabeza hacia atrás y estirando su brazo después. Esperando a que el chico la ayudará a levantarse le quiso agradecer su gesto por adelantado.

-Gracias.

El golpe fue tremendo. Y no fué solo una patada, sinó que fueron bastantes más. Maria pudo llegar a contar hasta cuatro puntadas de pie antes de perder el conocimiento. La que más le dolió fue la primera. La que le partió la mandíbula. Directa al rostro. Sin piedad. A la vez que se oya por boca del chico.

-¡Hija de perra! (patada)

-Por tu culpa casi me mato. (patada)

-¡Zorra! (patada)

-¡Es que no has visto que esto es el puto carril bici? ¿eh? (patada)

Evidentemente nadie hizo nada para detener al agresor de Maria. Ella pudo incluso distinguir alguna risa. ¿O era quizás su propio llanto? Que más da. Lo que más le preocupaba a Maria no era ya su dolor de manos. Ni su dolor de espalda. Ni su mandibula partida. Ni sus tres costillas rotas. Ni su conmoción cerebral. Ni tan siquiera llegar tarde a casa para esconder los regalos de su familia. Lo que realmente le preocupaba, lo que ocupó su último pensamiento fue que reconoció en la figura de ese chico a su Fran. No era él, eso seguro. Pero una intuición materna le decia que bien podria haberlo sido. ¿A cuantas madres de familia habria agredido Fran? ¿A cuantas mujeres, como ella, habria pegado Fran hasta dejarlas sin conocimiento?

Maria murió realmente preocupada. No por tener que agonizar y perecer en medio de una navideña, transitada y humeda calzada. No por no recibir ayuda ni misericordia de nadie. Sinó por ver reflejado en su asesino a su propio Fran. Por no haberse dado cuenta antes de que estaba criando a alguien así. Su Fran también tenia veinte años. También era fuerte y delgado. Y también tenia una bicicleta. Pero ese año no recibiria los regalos de navidad.

(10/12/01)