r e l a t o s u c i o

 

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JORDI

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UNA MONEDA, POR FAVOR

 

Pol tenía aún la polla húmeda. Acababa de sacarla de dentro de Sabrina cuando encaró por detrás el pompis perfecto de Alicia. Dos amigas, doble tentación, placer al cuadrado. Ahora Pol estaba a punto de meter la verga dentro de uno de los traseros más increíblemente redondos y prietos con los que jamás se había tropezado. Era uno de esos que embutidos dentro de unos buenos jeans simulan la forma de un corazón, sí. Desde los dieciséis años, Pol debería haber explorado como una quincena de excelentes culos, pero ninguno como el de Alicia, la amiga de Sabrina.

Cuando las conoció, Pol fantaseó de inmediato con los actos sexuales y las posturas exactas que haría con cada una de ellas si algún día estuvieran a su alcance. A Sabrina se la metería por el coño, en plan tradicional, y a Alicia le daría por culo. No es tonto nuestro amigo Pol. La primera vez que las vio, las tuvo de espaldas durante veinte minutos. De ahí la elección de metérsela por detrás a la que tenía el trasero más juguetón. Pero unas mozas así no se cruzan con Pol cada día y, menos aún, se acuestan con Pol cada noche. Porque aunque más de una vez sí se había follado a dos tías distintas en un solo día, jamás lo había hecho con las dos juntas en una misma cama. Eso le quedaba.

Y es que es cierto que Pol, aunque alto, fornido, atractivo (que no guapo) y rico, no suele tener tanta suerte. Es más: varias de sus juergas, que no son pocas, se han saldado más de una vez con una fea gorda roncando a su lado. Eso a Pol no le gusta recordarlo, y menos aún en situaciones como la que se le presentó aquella noche: dos mujeres (aún técnicamente chicas) estaban dispuestas a todo placer sensorial, aunque para ello tuviera que rozarse el umbral del dolor. De hecho, Pol había buscado durante la primera hora y media el límite de sus propias fuerzas para satisfacer a tan memorable pack de amigas.

El muchacho ha sido siempre consciente de la suerte que tiene al haberle dado Dios tanto aguante. De jovenzuelo, Pol mojaba las sábanas con apenas darle la vuelta a la portada de su pestilente Penthouse de Enero del 87. Pero igual que el hierro se convierte en acero a base de tratarlo con carbono, con los años (y ya le iban quince en cada pata) Pol aumentó su propia resistencia. El problema es que, con ya más de noventa minutos penetrando a Sabrina y lamiendo durante otros tantos los tiernos y fabulosos pezones rosados de Alicia, notaba Pol que no las estaba haciendo disfrutar como era de costumbre. Algo estaba pasando. ¿Serían demasiado dos adolescentes cachondas para un treintañero?

Aún así, Pol estaba realmente satisfecho. Fue justo cuando se abría paso con el glande enre las calientes nalgas de Alicia cuando cayó en la cuenta de que aquella noche era una de las más bien invertidas de su vida. Dos horas antes de que Sabrina y Alicia accedieran a subir a su apartamento, Pol llevaba sólo una moneda de quinientas pesetas en el bolsillo. Las dos chiquillas andaban delante del joven mientras él observaba los insinuantes pliegues que se formaban en los apretadísimos jeans de las jóvenes juguetonas. El pensar rápido no es uno de los fuertes de nuestro amigo pero, como por instinto, Pol sacó su moneda de quinientas y la echó a rodar. La puntería y la fortuna hicieron que las quinientas pesetas toparan con el talón de las botas altas de Sabrina. Pol, aún en pleno delirio inventivo, les adivierte de que se les acaba de caer una moneda. Las mozas se detienen, revisan su bolso y Alicia acaba por meterse la gran moneda del rey y la reina en el bolsillo derecho, justo al lado de su ingle perfectamente contorneada por unos jeans que envasaban sus piernas casi al vacío. De ahí a una noche de sexo triangular sólo van cuatro frases bien puestas. Así, gracias a quinientas pesetas, Pol cumpliría su sueño: dos, una por delante y otra por detrás. Al fin y al cabo, ¿qué podría haber hecho con sólo quinientas pesetas?

Pero Alicia no estaba receptiva y, a pesar de la muy buena puntería de Pol, el paso estaba claramente cerrado. Pol se lubricó el índice con saliva y se lanzó a estimular la puerta de entrada al paraíso trasero de Alicia. Fuera como fuere, Pol debía conseguir abrirse paso y culminar su gran noche. Pol tenía metida ya la primera falange de su dedo índice en el culo de Alicia, pero la chica parecía aún lejos de estimularse. Mientras, Sabrina se masturbaba frente a ellos con su anular izquierdo: un solo dedo, pero veloz. El placer que Pol no había conseguido darle a Sabrina durante más de hora y media de polvo, parecía que estaba consiguiéndolo ella ahora toda sola. Ella y su mágico anular.

Sin perder más tiempo, el prepucio de Pol volvió a posarse entre las nalgas en forma de corazón de la diosa Alicia. Nuestro treintañero estaba del todo convencido. Un empujoncito y media verga estaría dentro de Alicia. Pero de pronto, sin enterarse apenas Pol de la jugada, Alicia tenía ya la cabeza entre las piernas de Sabrina, lamiéndole el coño. Pol otra vez tenía la polla húmeda, pero sin tener donde meterla. Del coño, Alicia pasó a lamerle las tetas a Sabrina. De repente, los pezones se volvieron tiesos y oscuros. Si bien una escena lésbica, con una rubia natural y una morenaza como la que Pol contemplaba aquella noche, era una de las fantasías eróticas que de joven le brindó más pajas, en ese momento concreto no era motivo de erección para Pol.

Las lenguas de las chicas se rozaban y sus salivas se perdían por cualquier rincón de su cuerpo. Sabrina exploró y olió cada pliegue de la piel de Alicia, y ésta mordió cada bulto en la carne de Sabrina. Y Pol a medio metro de la escena, con su mano derecha rodeando su polla. Los gritos de placer de las chicas hicieron que la vecina del segundo primera les golpeara la pared seis veces en sólo dos minutos. Pol no se masturbaba desde que tiró su Penthouse del 87, con dieciséis años. Desde entonces, se las había apañado de sobras para follarse, o al menos para practicar sexo oral, con un par de chicas a la semana. En cada ocasión había llegado satisfactoriamente al orgasmo. Y en la mayoría de ellas había conseguido llevar al clímax a sus parejas, de todas las razas y edades conocidas. Pero visto el panorama, Pol empezó a masturbarse. Estaba claro que ninguna de las dos vendría a ofrecerle su coño o su culo. Pol se hubiera conformado entonces con una simple mamada. Pero tan bien se lo montaban entre ellas dos, que Pol pensó incluso en abandonar la cama. Pero tenía la polla húmeda y tiesa, y siguió.

El alarido ensordecedor de placer llegó justo cuando Sabrina le metió el pulgar en el culo a Alicia y, mientras lo removía, zafó tres dedos más hasta el fondo del coño de su joven compañera de juegos. La escena deprimió a Pol, que se pajeaba por una simple y triste ley física: la inercia. Las dos jóvenes encarrilaban orgasmo tras orgasmo, como mofándose del desgraciado de Pol. De pronto, la mano del muchacho se había pringado del blanco viscoso. Pol pensó que era la ocasión propicia para echarse a llorar: su semen debería haber acabado en la boca, en el coño o en el culo de Alicia. No importa en que orden, pero jamás debería haber acabado en su mano.

Pol retrocedió de golpe quince años. Había vuelto a manchar las sábanas como cuando se estimulaba con la portada de una Penthouse a los dieciséis años. Sólo había perdido quinientas pesetas. Pero entonces, a Pol le vinieron a la cabeza mil y una cosas que hacer con una sola moneda.

(diciembre 2001 ¿?)