r e l a t o s u c i o

 

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SEÑOR ECUACIÓN

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YO SÓLO QUERÍA AGUA

 

Efectivamente, yo sólo quería una botella de agua. No entré al bar con ninguna otra intención, pero el hecho de que llevara aún el pasamontañas y la escopeta de cañones recortados (no me había dado tiempo a despojarme de la indumentaria tras atracar la farmacia de la esquina) confundió sobremanera al camarero. Éste, ni corto ni perezoso, se abalanzó sobre mí y me propinó un fuerte golpe en la cabeza con una botella de ginebra, cuya marca no diré ahora para no hacer publicidad. Caí al suelo totalmente desmayado (pues no concibo cómo puede uno estar "parcialmente desmayado"), y durante los breves minutos que duró mi inconsciencia tuve un extraño sueño. Yo volaba por lo aires, y de repente veía una piscina donde decenas de pepinos y patatas, con bracitos y piernecitas y lindos ojos negros, se bañaban y jugaban. Entonces yo descendía hacia allí, pero las patatas, enfurecidas con mi presencia, se convertían en gigantescas avispas de malvadas intenciones, y arremetían contra mi inocente persona.

Uno no sabe nunca los extraños derroteros por los que le va a llevar su subconsciente, pero en esa ocasión, afortunadamente para mí, no me quedé para averiguarlo, ya que desperté en el mismo instante en que un afilado aguijón estaba apunto de clavárseme en una pierna. El dueño del bar, que al mismo tiempo hacía las veces de padre del camarero que me había agredido, me hacía volver a la realidad con unos leves golpes en la cara. Con un gesto rápido me quitó el pasamontañas estirando de él por la parte superior, arrancándome sin pretenderlo algunos cabellos que se quejaron al abandonar el nutritivo substrato de mi cuero cabelludo.

_¡Pero hombre!_ dijo el tipo al verme la cara. Y ésta exclamación obedecía a que el dueño del bar me conocía, pues era un íntimo amigo de mi madre, con quien había compartido tardes de juego ya en su más tierna infancia. Me explicó después que incluso había pretendido casarse con ella en un par de ocasiones, pero que mi madre siempre lo rechazó por su extraña afición a silbar canciones heavy-metal hacia adentro. El hombre me dejó marchar de su bar sin más problemas, y hasta oí, mientras me iba, que reñía a su hijo por haberse portado de forma tan grosera conmigo.

Cuando llegué a casa le relaté lo sucedido a mi madre con todo lujo de detalles. Ella me dijo que en cierta ocasión también había soñado con patatas y pepinos, pero nunca con avispas que la atacaban.

 

(Febrero 2002)