r e l a t o s u c i o

 

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SEÑOR ECUACIÓN

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NO HACE FALTA QUE LLAMÉIS A MARILYN

 

Sucedió una noche que tres incautos adolescentes conjuraron, a través del curioso y siempre intrigante juego de la ouija, el espíritu de Marilyn Monroe, y que, no sabiendo qué hacer con él, lo encerraron en el interior de un paquete de galletas rellenas de chocolate.

No explicaré ahora cómo, pues es una historia que carece de interés, pero aconteció que el paquete fue a parar a manos de la novia del hermano mayor de uno de los adolescentes. La chica había planeado visitar el parque zoológico con su sobrino de diez años, y para ello decidió llevarse las galletas como tentenpié matutino en su visita al lugar. Resultó, sin embargo, que habiendo llegado al recinto reservado a los capibaras (de los que explicaré, para los no entendidos, que son roedores con el aspecto de un hamster y el tamaño de un cordero, como pueden comprobar en no pocos de los documentales de animales que pueblan la parrilla televisiva hoy en día), pues, decía, que habiendo llegado al recinto de los capibaras, la muchacha y su sobrino consideraron interesante echar unas cuantas galletas a los animales para contemplarles comiéndolas. Fue así como el espíritu de Marilyn Monroe, que hasta entonces había residido en los poros de la masa de chocolate del relleno de una galleta, pasó a formar parte del organismo de uno de aquellos roedores.

No pasó ni una semana antes de que un hombre de pelo rubio, gafas de montura estrecha y noventa kilos de peso, que a la sazón era el veterinario encargado de cuidar a los capibaras (así como a otros animales que nada tienen que ver en nuestra historia), se percatara de que uno de los sujetos de la jaula hacía gala de un comportamiento extraño.

Llevado por la curiosidad y por la alarma, el veterinario hizo trasladar rápidamente al animal a su consulta, donde procedió a sedarlo y efectuar un examen minucioso de su organismo. Al fin, al cabo de dos horas y media de exhaustivo análisis, el veterinario llamó por teléfono al director del parque zoológico, y le comunicó la noticia:

_Señor Director _le dijo, siempre manteniendo un tono respetuoso con su superior, aunque en realidad lo consideraba un tipo despreciable al que sólo interesaba el dinero y el prestigio público_, uno de los capibaras del zoo está poseído por el espíritu de Marilyn Monroe.

_¿Es eso cierto?_ exclamó el director, incrédulo.

_Lo es_le aseguró el veterinario_, no le quepa a usted la menor duda. Conozco bien los síntomas, pues no es el primer caso con el que me encuentro. Hace no más de cinco años tuve la ocasión de examinar un orangután del zoológico de Munich que albergaba en su interior el torturado espíritu de Vincent Van Gogh, y ya en mis primeros años de carrera asistí al proceso de exorcismo de un delfín del acuario de San Diego, que había sido poseído por el espíritu de Frank Sinatra. Este caso fue especialmente curioso, ya que el cantante italo-americano no había muerto aún por aquel entonces, y se mostró muy agradecido de que le devolviéramos su espíritu, que al parecer le había abandonado durante una cena familiar.

La charla duró mucho rato más, pero no reproduciré aquí el resto, pues fueron frases sin ningún interés literario. Valga resumir que, tras arduas deliveraciones (pues todas las delivaraciones son, invariablemente, arduas) el director concluyó con que el zoo no tenía dinero para costear un exorcismo. Las palabras del veterinario para convencerle de la necesidad de este tratamiento fueron inútiles, así que éste es el motivo de que, si alguna vez intentáis atraer a vosotros el espíritu de Marilyn Monroe sirviéndoos de una ouija o cualquier otro proceso de idénticos efectos, no lo consigáis, pues mora en las entrañas de un capibara del parque zoológico que, por suerte para él, aún tardará un tiempo en morir.

 

(Febrero 2002)