r e l a t o s u c i o

 

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PORN STAR

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LA MIERDAMORFOSIS

 

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Patricio Peralta se despertó convertido en un enorme cagarro. Estaba echado sobre la cama, y tardo un rato en darse cuenta de lo que le había sucedido. Donde antes había piel, ahora había una suma de extraños furúnculos marrones. Pero no eran simplemente marrones. En su "piel" tenía todas las gamas de marrón habidas y por haber, incluso había matices antes nunca vistos.

Pero no estaba soñando. Se encontraba en su habitación. A su derecha pudo distinguir los pósters raídos de Sabrina y Samantha Fox que colgó sobre el amarillento papel pintado de la pared cuando tenía ocho años, y a su izquierda vislumbró la mesita de noche sobre la que descansaba una pila de revistas de coches de segunda mano. Patricio miró hacia la ventana y distinguió el andamio que habían montado para arreglar la fachada del bloque de pisos en el que vivía, y más allá de la telilla verde que lo cubría, pudo ver la pared de ladrillos del edificio de enfrente (cosa que por un momento le permitió respirar tranquilo).

Entonces, con un esfuerzo sobrehumano, se puso a pensar cómo era posible que hubiese llegado a ese estado. Sabía que su vida era una mierda, pero tampoco tanto, joder. Iba para mecánico y estaba repitiendo por tercera vez el segundo curso en un instituto de formación profesional. Lo mismo que cualquier chaval de su barrio... seguía repasando qué era lo que le podría haber llevado a esa situación, y observando las apestosas protuberancias de su cuerpo, cayó en la cuenta: llevaba dos semanas sin cagar. A lo largo de sí mismo pudo vislumbrar trozos de los garbanzos de la semana pasada, bultitos como verrugas que debían ser las lentejas del lunes; y lo que otorgaba un marrón más oscuro, casi negro (pero con bultos blancos), a diversas partes de su cuerpo debía de corresponder con los bocadillos de morcilla de arroz que se jalaba cada mañana a eso de las once. De pronto, empezó a sentir un hambre inhumana. No sabía por qué, pero mirar su cuerpo de esa manera le hacía rugir unas tripas que posiblemente no lo eran. Pero cuando estaba a punto de morderse ("sólo un poquito, de verdad, es que tengo mucha hambre"), le sobresaltó un ruido.

Era su madre, una señora larguirucha y con el pelo lleno de canas no teñidas, que golpeaba desesperadamente en la puerta y le decía:

- ¡Patricio, levanta, que ya son las once y tienes que ir al instituto!

Y entonces, aquel enorme cagarro cayó en la cuenta: hostia, no era normal, la gente no le iba a considerar normal. No podía coger su caja de herramientas y dirigirse a clase como cualquier otro día. Así es que le gritó a su madre desde la cama:

- ¡Hoy no puedo ir, no me encuentro bien!

Pero lo único que emitió fue una ráfaga de sonoras ventosidades calientes por una raja que tenía en la parte superior del cuerpo (por llamarlo de alguna manera). Esto le sorprendió enormemente, pero no tanto como a su madre.

- ¡Guarro! ¡Joer que peste! ¡Vaya descomposición que tienes! - le contestó tapándose la nariz y alejándose de allí todo lo que pudo.

Con la marcha de su madre, se sintió aliviado, pero la preocupación volvió a hacer presa de su mente: ¿Sería aquello algo definitivo? Y en ese caso: ¿Podría vivir siempre como una mierda? Vale que ya lo había hecho hasta entonces, pero no de una manera tan literal. Además, ¿se secaría o se mantendría fresco? Sin duda, una boñiga tan grande debía tardar en secarse... No podía ser. Sin duda, durmiendo un poco, al despertarse volvería a estar como antes; así que intentó dormirse.

Lo intentó y lo intentó, esforzándose por dejar la mente en blanco y relajarse, pero no podía. Estuvo dando vueltas y cambiando de posición (lo que dejó las sábanas perdidas) durante unas dos horas, pero nada, no había manera. Continuó dándose vueltas hasta que resbaló por el borde de la cama y se estrelló contra el suelo emitiendo un sonoro "¡plof!".

Ese ruido alertó al resto de los habitantes de la casa (su madre, su padre y su hermana; que era subnormal) que entraron en tropel en su habitación e inundando el silencio con un mar de gritos al ver lo que había en el suelo. Patricio intentó dirigirle unas palabras de consuelo a su consternada familia, pero lo único que emitió la raja que tenía por boca fue una serie de ventosidades cacofónicas y apestosas. Esto no hizo sino agravar el problema, ya que su familia salió corriendo de allí y cerraron la puerta tras ellos.

Durante las siguientes horas, el cagarro pudo oír a sus padres sollozar y hablar sobre él. Se sentían perdidos y no sabían qué hacer con su hijo. Además, el olor que salía de la habitación era inmundo y casi no les permitía vivir.

Patricio se puso a pensar cómo ayudar a su familia a comprender que ser mierda no era tan malo, y que le tenían que querer tal y como era. Pero al cabo de un rato, su hermana entró en la habitación. El guano no podía creer lo que veía: aquella muchachita subnormal y de aspecto inofensivo tenía la cara contraída en una mueca extraña, y en sus ojos pudo ver una mezcla sobrenatural de lujuria y codicia... Nunca antes la había visto así. Entonces, la niña dio dos rápidos pasos y se abalanzó sobre su hermano. Patricio tardó un poco en darse cuenta de lo que sucedía... presa de una gula terrible, la niña le mordía aquí y allá, tragando trozos y más trozos de mierda. Él había visto hacer eso a los perros, pero nunca a un ser humano. Ahora comprendía por qué su hermana se deslizaba furtivamente al lavabo cuando algún otro miembro de la familia acababa de salir, y por qué la niña nunca tenía hambre a la hora de comer. Si tan sólo hubiesen tenido la costumbre de tirar de la cadena en aquella casa... Pero entonces, Patricio reaccionó y se puso a gritar, mas lo único que salió de su boca fue un peo como un cañonazo que hizo que sus padres se dirigieran raudos hacia allí, y presenciaran tan dantesco espectáculo.

La niña fue inmediatamente separada de su hermano y recluída en otra habitación. Patricio se retorcía en el suelo completamente impactado por lo que acababa de vivir... pero asombrosamente nada le dolía.

Pasaron dos días más, y su familia, a excepción de la coprófaga, sólo entró para tirar un cargamento de ambientadores en la habitación. Eso sí, estos eran de todos los olores y aromas habidos y por haber: el clásico Pino Verde, el refrescante Mar del Norte, el siempre fresco Flores del Campo... incluso del difícil de encontrar Ambiente Pastoril. Pero aquella mezcla de pestes no parecía aliviar su mayor problema: el hambre.

Había intentado roer las sábanas, las revistas, el refrescante Mar del Norte, la motoféber que guardaba con cariño de su época como niño humano... pero nada le calmaba. Lo único que le atraía eran las protuberancias de su deforme cuerpo. Y eso le torturaba. Le torturaba porque no podía quitarse de la cabeza la bizarra escena que había protagonizado su hermana y la turbación que esta le había producido. Le torturaba su propio dolor, tan ensimismador. Pero sobretodo le torturaba el imaginarse su propio sabor, tan heterogéneo y lleno de matices... "Sólo un bocao" se dijo. Y eso hizo. Asestóse un bocado en el lado derecho de su cuerpo, y a sus papilas gustativas acudió el sabor del potaje digerido once días antes. Y entonces ya no pudo parar. Fue presa de una gula descontrolada, de una pasión febril por su propio cuerpo. Se iba mordiendo, tragando cada vez con mayor velocidad. No sentía nada, sólo sabor: patatas, bilis, judías, bífidus... Patricio se sumió en una espiral de coprocanibalismo y autodegustación que se convirtió en su propia perdición. Ese fue el día en que Patricio se devoró a sí mismo.

 

(Febrero - 2002)