r e l a t o s u c i o

 

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ASHE

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PEDAZO DE VERANO

 

En ese momento percibo que mi primo y yo estamos mirando las mismas niñas. La edad de éstas se acerca más a los 12 años de mi primo que no a la mía.

En el recorrido hacia el restaurante, la mayoría de las niñas con las que nos cruzamos son rubias, con pinta nórdica, piel clara, pecas claras en la cara, coletas, típico y tópico pero muy real. La ropa guiri veraniega acaba de dar el toque. La suma de todas ellas (indiferenciables las unas de las otras más que por detalles insignificantes) crea una imagen estándar, la típica representación de la lolita en su variedad verano.

El restaurante es un sitio espantoso/horrible, indiferenciable también del resto de bares/restaurantes/locales-donde-uno-se-alimenta en los que he estado este verano. Botellas de todo tipo de alcohol cubren la pared tras la barra. Detrás de dicha barra, nos recibe un chico con sonrisa forzada.

Miramos la carta y pedimos en medio de una gran confusión causada en parte por el excesivo volumen de un fondo musical constituido por todos los éxitos del verano puestos uno detrás de otro. Para escoger lo que quiero comer sigo mi procedimiento típico, que consiste en decidir entre una serie de presets muy limitada (el que más suelo usar consiste en canelones + lomo). Me pido una pizza margarita, plato único. Esperamos la comida hablando de tonterías:

-Te vendría bien un poco de Sol.

-I think you don’t like this place -me comunica mi colega de Kiev, Ruslan.

La chica de la mesa de atrás canta todas las putas canciones de la radio. Si fuera una teen lo entendería y hasta seguramente lo contemplaría, pero esta chica se acerca a los 30 y lo poco que conserva de la adolescencia está en su mente, en su actitud subnormal. Por suerte, deja de cantar en cuanto tiene la boca ocupada.

Me sirven el último. La mujer con bigote que regenta el bar me pide excusas por el retardo: el primer intento de pizza se les había roto. Me acabo mi vaso de hielo con coca-cola antes de empezar con la pizza. No disfruto comiendo. Tiene algo de siniestro si pensamos que estamos metiéndonos objetos dentro del cuerpo, utilizando el cuerpo como contenedor. Mirad a alguien comiendo, intentad ver la escena de manera abstracta.

Terminada mi pizza, todo el mundo me ofrece comida de sus platos como si fuera un perro hambriento, pero mi estómago ya ha cerrado. Me doy la vuelta para contemplar como una niña chupa su helado con muchas ganas.

La conversación en la mesa gira en torno a un baile asociado a una canción del verano, los discos de remezclas en los que aparecen estas canciones, etc. Una abuela nos coge el periódico prestado y nos lo notifica en voz alta. Nadie la oye ni la ve.

Al cabo de un rato, en los postres, el tema evoluciona hacia el fútbol. El camarero acaba entrando en la conversación. Algunos se levantan de la mesa al oir en la televisión una noticia sobre fútbol.

Salimos a la calle, recorriendo el camino a la inversa hacia nuestros respectivos coches. No nos cruzamos ni con una sola lolita nórdica.

(22-12-01)