r e l a t o s u c i o

 

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ASHE

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DUST AND/OR POLVO

 

Estaban haciendo obras en la calle, levantando todo el puto asfalto, petando tuberías que empezaban a echar mierda como arterías seccionadas. Habían conseguido llenar toda la calle de mierda; todo, incluyendo algunas personas que vivían sin techo, había adquirido un color terroso, marrón claro. Las máquinas habían petado todo el suelo y el viento había hecho el resto. La gente en sus casas tenía a elegir entre dos opciones diferenciadas: o abrir las ventanas y barrer cada dos minutos, o cerrar las ventanas y joderse con el calor que pegaba.

Entretanto, Jaime Jaraba había decidido vivir al margen de todo el tema; se había encerrado en su piso con comida para un mes para hacer el vago y a la vez experimentar con su cuerpo. La premisa básica era simple: ‘dejar de reprimir la entropía’ para así poder averiguar/entender el curso natural (la palabra ‘natural’ es muy importante) de las cosas. La interpretación de Jaime de esta premisa lo llevó a olvidar el cuidado personal (no se afeitó ni se duchó más) y el de su entorno (nada de barrer, etc; de hecho, el cabrón abrió de par en par las ventanas, cómo llamando al polvo). Quería llegar al extremo, pasar a otro nivel.

Hasta él era consciente que todo el tinglado que se había montado no era más que el producto de una reacción hacia su vida pasada (fue tiranizado por una novia obsesionada con la limpieza y el aseo).

Después de un periodo de 8 meses en los que, simplemente, la barba le creció y la mierda se acumuló sobre su piel dándole el aspecto de un armadillo con forma humana, el cuerpo de Jaime empezó a adaptarse seriamente al entorno cambiante: rápidamente, algunos de sus órganos o incluso partes del cuerpo enteras (como el pene, piernas y brazos) empezaron a atrofiarse, la piel cambió rápidamente y se adaptó para permitir la asimilación del polvo con fines alimentícios, el pelo empezó a caerle. Cuándo ya había aburrido todas las revistas porno que tenía, el cuerpo lo interpretó como una señal, y el pene se le pudrió y cayó. Cuando dejó de leer, perdió los ojos humanos y en su lugar aparecieron unos pequeños apéndices/ojo tipo caracol que le servían para mirar la televisión (aparato que nunca le abandonó) y con los que vió que podía experimentar otro tipo de placer sexual. Al poco tiempo, sin piernas ni brazos, presentaba un aspecto parecido al de un cangrejo mutilado. Había literalmente cagado los organos internos que le eran inservibles. Lo único que se le había hipertrofiado era la boca, que se había vuelto grande y profunda, sin dientes, con una larga lengua tipo-camaleón que era su único apéndice funcional y que utilizaba tanto para lamer el polvo que le servía de alimento como para operar con objetos. Pensó en su boca como salida profesional cuando le vino nostalgia y quiso volver al mundo exterior (tenía esperanzas de poder dedicarse a la prostitución). Pero rápidamente recuperó fuerzas morales y decidió que su objetivo era llegar hasta el final de su transformación.

Pero entonces empezó el malestar psicológico (que siempre trae problemas). Tenía pesadillas, probó con calmantes para dormir, pero estaba petado el resto del día. Los ansiolíticos lo acabaron de petar por el otro lado.

Entonces una mañana, Jaime descubrió que era lo que estaba pasando. Las obras habían terminado, los niveles de polvo estaban volviendo a la normalidad. Tenía mono de polvo y empezó a pensar en métodos para combatir el problema. Estuvo durante algunas semanas comiendo sus propios excrementos y también probó con comida de verdad, pero esta le producía un fuerte dolor de cabeza y también tenía un molesto efecto afrodisíaco (Jaime frotándose contra las paredes y objetos como las patas de sillas y mesas).

Jaime decidió abandonar el piso en busca de polvo. Por primera vez se sentía realmente arrepentido, soñaba con alguien que lo cuidara como su novia, alguien que le ayudara a volver, dejar de ser un yonqui del polvo. Con su lengua, abrió la puerta. El polvo de la cerradura tenía un gusto amargo de metal.

Jaime dejó la puerta de su piso abierta, cogió el ascensor para bajar, y antes de dirigirse a la puerta de salida aspiró todo el polvo que encontró en el ascensor. El del ascensor era especial, todos esos zapatos de vecinos sabían a mundo exterior. Se arrastró hacia la puerta principal pero no llegó a salir. El perro se lanzó sobre Jaime y le mordió la espalda. Jaime sintió un dolor tan abstracto que no le pareció siquiera dolor. El perro arrancó un trozo de la frágil coraza de mierda y se fué con esta a jugar o algo, Jaime empezó a vaciarse lentamente. El dolor era agudo e insoportable. Jaime se empezó a desplazar solo para no tener que sentir el dolor estando quieto. El dolor fundía sus neuronas. Empezó a estrellarse a gran velocidad contra las paredes con la intención de rebentar, pero no tenía suficiente energía para conseguirlo completamente. Agrietado, dejando un rastro de líquido rosado con tropezones marrones, Jaime se dirigió al ascensor para aliviar definitivamente su sufrimiento. Con un último esfuerzo de su apéndice, apretó el botón de llamada. Al abrirse la puerta del ascensor, colocó su cabeza de manera que, cuando la puerta se cerrara, ésta rompiese su frágil cráneo sin calcio. Pero el cráneo no se rompió a la primera ni a la segunda. La puerta continuó abriéndose y cerrándose; Jaime tenía la cabeza rebentada y el abrir-cerrar estaba haciendo un megamix con sus sesos, pero siguió vivo hasta que la última gota de fluido abandonó su cuerpo. La muerte fue lenta como la de un insecto/robot.

La señora de la limpieza barrió los restos.

(22-12-01)