r e l a t o s u c i o

 

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JEINSER

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GELATTO SUCIO

 

Una fría tarde de invierno salí de la fábrica en la que trabajo. Para mi sorpresa, en lugar de la lavandería china que hubo tiempo atrás, alguien abrió una heladería. En un rótulo luminoso encima de la puerta había escrito:"Jiguen Das" y justo debajo una leyenda que decía: "Il Gelatto del Polígono".Decidí entrar pues soy una persona a la que le gusta hacer cosas nuevas y arriesgadas.

Al hacerlo sentí en el ambiente una exótica mezcla de olores, por un lado la lejía que había en el agua de la fregona y por el otro un intenso olor a serrín que ocultaba el vómito de una criatura. Sólo había dos mesas. Estaban dispuestas al lado de la pared, justo delante del mostrador. Ambas parecían haber sido usadas con anterioridad pues en una de ellas se podía leer: "Muerte a la Señorita Gómez" y :"Manolo", corazón atravesado por una flecha, "Paquita". La otra mesa era completamente diferente a la anterior, pero en esta también pude distinguir alguna inscripción.

De camarero estaba el dueño del local, que según pude entender se llamaba Mohamed, y su hijo Omar, de unos 10 años de edad. El mostrador estaba formado por dos filas de varias columnas de helados. Los helados en cuestión eran de la marca Carrefour, lo sé porque Mohamed no se dignó a cambiarlos de envase. De la pared colgaba una foto de Mohamed soplando una flauta delante de un cesto en el interior del cual me imagino debía de haber una serpiente.

Justo cuando me decidí a pedir lo que quería, el dueño de aquel acogedor local se marchó al pryca de en frente para reponer existencias, de modo que me dejó en manos del joven pero ya bigotudo Omar. Me pedí un helado de limón porque era de los que estaba menos derretido. Despues de pagar y hacerle entender al crio que le había pagado correctamente, tarea que me llevó más de 5 minutos, degusté el helado. La galleta estaba blanda y el helado tendía a sorbete, pero que bueno que estaba, o eso quise creer.

Al día siguiente invité a Manuela, una mujer de la sección de remodelación de piezas defectuosas, a tomar un helado pues la quería impresionar. Entramos en el local. Yo llamé a Mohamed por su nombre, cual cliente de toda la vida, y le pedí dos helados de limón. Nos sentamos en una de las mesas y le dije a Manuela lo mucho que le iba a gustar. Comencé a lamer los bordes de aquello que en otras heladerías habría sido una bola. No transcurrió ni un minuto cuando distinguí mediante la lengua una extraña textura. Volví a lamer y la textura extraña persistía. Me alejé el helado de la boca y lo miré. Algo negro sobresalía de él! Tras mirar con mayor detenimiento observé que era una mosca muerta. Llamé al camarero y le comenté lo sucedido pensando que no encontraría inconveniente en cambiarme el helado.

Mohamed me respondió que esa mosca la había puesto yo. Tal vez fue por el anterior empleo de hipnotizador de serpientes del hombre pero dos fueron las preguntas que me vinieron a la cabeaza. Primero: Cuando habré yo puesto ésta mosca en el helado? y la segunda, la más importante: Porqué lo habré hecho?

Suerte tuve de que el ocupante de la otra mesa me sacase del trance en el que me hallaba cuando denunció que había una colilla de cigarrillo en su helado de fresa. El turco intentó la misma artimaña que usó conmigo pero con distinto resultado.

El otro cliente resultó ser policía, así que le pidió los papeles a Mohamed. No hace falta decir que no impresioné muy favorablemente a Manuela. Resultó ser que el individuo en cuestión no tenía licencia de heladero, así que cerraron el local y devolvieron a Mohamed y a su bigotudo hijo Omar a su país de procedencia, Francia.

(31/01/2002)