r e l a t o s u c i o

 

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JEINSER

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GATO SUCIO

 

Un día como otro cualquiera, una gata más bien gorda buscó calor alrededor de una incineradora de basura. Si bien este comportamiento es bastante normal entre los gatos, en aquel momento tenía un motivo especial. Aquella gata más bien fea se disponía a dar a luz. Todo ocurrió con toda normalidad pero con un matiz dentro de lo normal, de la gata más bien coja salió un gatito, pero éste no abrió los ojos. La gata no tardó en decidir que su cría salió sin vida y la abandonó. La cuestión es que el gato nació dormido. Me encantaba ese gato.

Pasadas unas horas desde su salida del útero de su madre se despertó. En aquel preciso instante soplaba una suave brisa que además de arrastrar los aromas de la montaña de basura que le hacía de cuna, también hacía volar una bolsa chamuscada del continente. Debido a su inexperiencia y a su heredada falta de inteligencia, el gato en cuestión pensó que esa tenía que ser su madre. Que gato más gracioso.

Mientras fue pequeño, el encargado de la incineradora le alimentaba a base de leche la cual era servida en un precioso cuenco realizado a mano por el chaval con la base de una botella de lejía conejo. Probablemente fueran los restos de lejía que siempre quedavan en el embase los que hicieron que a la larga el gato en cuestión fuera ciego de un ojo.

De su infancia también cabe destacar que un día tuvo la fortuna de pisar el zapatito de plástico de alguna muñeca que la madre de alguna niña tiraría a la basura. Se le quedó enganchado. El gato quedó calzado de una pata. Nadie se lo quitó nunca porque a todo el mundo le parecía gracioso. A medida que pasaron los años el zapatito se le quedó pequeño y el gato a parte de ir cojo, quedó con uno de sus pies del tamaño de cuando tenía pocos meses.

La verdad es que nunca tuvo nombre, nadie se dignó a ponérselo, además, puesto que los gatos tienen buen olfato y él mal olor, jamás conoció a otro de su especie. Vivió toda la vida convencido de que él también era una bolsa de plástico del continente. A veces, cuando pienso en él, recuerdo como saltaba se daba la vuelta en el aire tal como lo hacían sus compañeras las bolsas y me pongo a reir. Era un gato encantador, pero un día murió.

Un día, aquel gato, con su zapatito de plástico y su ojo tuerto, voló más lejos de lo que solía hacerlo, pero esta vez , impulsado por el parachoques de un ford fiesta L del año 76. De veras espero que vaya al cielo, pues adoraba a ese gato, pero fui yo quien le atropelló.

(31/01/2002)